San Marciano de Cirro vivió durante el siglo IV. Se fue al desierto, donde vivió durante muchos años en soledad, oración incesante y ayuno estricto. Construyó una pequeña celda y se instaló en ella. El santo nunca encendía velas para leer de noche cuando cumplía su Regla de oración, pues la celda estaba llena de una luz divina.
Después de varios años, el monje aceptó a dos discípulos, instalándolos a su lado, pero continuó viviendo como un ermitaño. El Patriarca Flavio de Antioquía (18 de febrero) y otros obispos suplicaron al monje que abandonara su estricta soledad en beneficio de los cristianos, pero él no estuvo de acuerdo.
Sin embargo, aunque no abandonó su celda, enseñó a los que acudían a él para recibir instrucción y alejó a muchos de la herejía y los condujo a la fe ortodoxa. Antes de su final, San Marciano instruyó a su discípulo Eusebio para que lo enterrara en secreto lejos de su celda, para evitar la gloria póstuma y evitar la contienda entre quienes querían sus reliquias para las iglesias cercanas. San Marciano murió en el año 388.