Diócesis de México
Iglesia Ortodoxa en América
O. C. A.
Carta Pastoral de su Beatitud Tikhon

“Hemos preferido las cosas profanas y materiales antes que el mandamiento de amor y, porque nos hemos

vuelto dependientes de ellas, luchamos contra otros hombres, cuando, en realidad, deberíamos preferir

el amor por todos los hombres, antes que todas las cosas visibles y aun de nuestro propio cuerpo.”

(San Máximo el Confesor, La Vida Ascética, 7) 


Queridos en Cristo:

 

Las historias y las imágenes de guerra y combate a través del mundo han lastimado profundamente nuestros corazones. Los recientes incidentes de violencia en el Medio Oriente se ciernen como ejemplos trágicos de una creciente falta de respeto por la humanidad y una total desconsideración por la vida y la dignidad humanas. La Iglesia Ortodoxa en América se junta a las del Medio Oriente, de Norteamérica y de todo el mundo, que han expresado su desacuerdo frente a las acciones inhumanas de las que somos testigos. Nos unimos a la condena de esta desconsideración flagrante de la dignidad y la vida humanas.

 

El Patriarcado Ortodoxo Griego de Antioquía y Todo el Oriente, cuyo ministerio en el Medio Oriente atestigua constantemente al Evangelio de amor de Jesucristo y al mandamiento del Evangelio de adherir a la paz y la no violencia, ha publicado una fuerte declaración en la que condena los ataques en contra de los cristianos de Mosul, expresados en “la obligatividad de que cambien su fe, paguen un impuesto o abandonen sus hogares, mientras que sus propiedades serán confiscadas.” La declaración es un llamado a los “Estados que proveen cualquier apoyo extranjero directo o indirecto a los grupos fundamentalistas, que inmediatamente paren cualquier forma de apoyo material, logístico, militar y moral.”

 

La Iglesia Ortodoxa en América expresa su solidaridad con el Patriarcado Ortodoxo Griego de Antioquía en sus esfuerzos de paz y no violencia. Quisiéramos expresar también nuestra solidaridad con todas las comunidades cristianas de Mosul que están sufriendo y cuya expulsión está poniendo fin a la presencia cristiana en aquella región después de casi dos mil años.

 

Otra historia de violencia se está desarrollando nuevamente entre Israel y la organización Hamas de Gaza. Durante los recientes actos de violencia de esta zona, han fallecido ya cientos de civiles inocentes, algunos de ellos, israelís, y muchos, palestinos. Esta catástrofe humanitaria de Gaza es sobrecogedora; cientos de miles de personas inocentes están perdiendo su hogar y están luchando por sobrevivir sin electricidad y sin agua.

 

Otra narrativa  de violencia continúa en Siria. Ha fallecido mucha gente inocente, que no está involucrada en la lucha. Una gran porción de la población siria ha sido desplazada y está obligada a vivir en los campos de refugiados de la región. Millones han perdido sus viviendas, bienes, familiares y amigos.

 

Los que vivimos en Norteamérica probablemente nos sentimos incapaces al ver y oír sobre estas tragedias. Habría que recordar las palabras de San Juan Casiano de que  “la meta del mejoramiento pacífico no puede ser alcanzado mediante las decisiones de otros, lo cual siempre está fuera de nuestro control, pero se encuentra más bien en nuestra propia actitud. Estar libre de la ira no depende de la perfección de otros, sino radica en nuestra propia virtud, que se adquiere a través de nuestra propia tolerancia, y no la paciencia de otra gente.” (Instituciones, VIII.17)

 

San Juan señala hacia un principio espiritual fundamental: el cambio real comienza solamente cuando miramos dentro de nuestros propios corazones. En vez de sentirnos incapaces delante de las tragedias del mundo, tenemos que unirnos con toda la humanidad y responder con oraciones por los que están sufriendo y los que han fallecido. Además, así como las luchas ascéticas de los grandes santos, en su propio tiempo y lugar, tienen un efecto cósmico, nuestro propio esfuerzo de purificar nuestros corazones tendrá un efecto sobre el resto del mundo.

 

Por lo tanto, una manera muy concreta y práctica para nosotros, en Norteamérica, de responder a la violencia en el Medio Oriente es tomar la decisión de establecer la paz en nuestras propias familias y comunidades. Cuando el Santo Apóstol Santiago hizo la pregunta: “¿Qué es lo que causa guerras y qué es lo que causa peleas entre ustedes?”, enseguida respondió con un reto que todos deberíamos tomar en consideración: “¿No son sus pasiones las que están haciendo guerra en sus extremidades?” (Santiago 4:1)

 

Si realmente estamos preocupados por la situación de conflicto que existe hoy día en el mundo, comencemos por dominar el rencor en nuestros propios corazones, esforzándonos por llegar a la docilidad y la humildad. Si la violencia y la destrucción en el Medio Oriente nos hace enojar, dirijamos nuestra energía hacia la obtención de la paz en los conflictos internos de nuestras propias familias. Si las imágenes de seres humanos que se están lastimando y se están matando los unos a los otros nos horrorizan, ofrezcamos una imagen de Cristo, haciendo actos de caridad a los necesitados de nuestros propios vecindarios. 

 

De esta manera, nuestros hechos se juntarán con nuestras oraciones y, mediante la acción de la gracia divina, tendremos la seguridad de que nuestro Señor misericordioso les concederá consolación a los sufridos, les proveerá un lugar de reposo a los difuntos y le otorgará al mundo la paz que sobrepasa toda comprensión.

 

Con amor en Cristo:

 

+TIKHON

 

Arzobispo de Washington

Metropolitano de Toda América y Canadá

 

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